Nénette, nacida en 1969 en los bosques de Borneo, acaba de cumplir los 40. ¡Es muy raro que un orangután llegue hasta esa edad! Es pensionista de la Casa de Fieras del Jardín de Plantas – en París – desde 1972 y tiene más antigüedad que cualquier miembro del personal. Es la estrella indiscutible del lugar y ve desfilar, cada día, por delante de su jaula a cientos de visitantes.
Naturalmente, cada uno hace su pequeño comentario…
Imagen Katell Djian, Nicolas Philibert • Sonido Jean Umansky, Laurent Gabiot • Montaje Nicolas Philibert, ayudado por Léa Masson • Mezclas Julien Cloquet • Etalonaje Eric Salleron • Directora de producción Katya Laraison • Coordinación postproducción Sophie Vermersch • Música original Philippe Hersant interpretada al fagot por Pascal Gallois • La canción tradicional «Dobri dien romale» interpretada por Eric Slabiak y Franck Anastasio • El extracto de «La Historia Natural» de Buffon recitada por Valéry Gaillard • Una coproducción Les Films d’Ici/Serge Lalou y Forum des images/Alain Esmery • Con la participación de la Casa de Fieras del Jardín de Plantas/Museo Nacional de Historia Natural y CinéCinéma, Long Ride Inc. (Japón), Centro Nacional de la Cinematografía • etalonaje Forum des images / Avidia • Mezclas Archipel Productions • Report óptico Ciné Stéréo • Subtitulado CMC Paris • Laboratoires Eclair • © Les Films d’Ici, Forum des images, 2010.
Con las voces de Abel y Lucie Morin, Agnès Laurent, Georges Peltier, Gaya Jiji, Eric Slabiak, Muriel Combeau, Diego Feduzi, Ludovico Lanni, Christelle Hano, Charlotte Uzu, Agathe Berman, Judit Kele, Zhang Xuequin, Linda De Zitter, Maria Charlès, Marianne y Mikhael Lalou, Marie-Claude Bomsel, Jean-François Sonnet, Gérard Dousseau, Catherine Hébert, Pierre Meunier… y las de muchos visitantes anónimos.
Selección official / Berlinale (Forum) 2010 • Premio « Mejor director, sección documental », RiverRun International Film Festival (USA) 2011 • Gran Premio « Cinéma Vérité » Festival Internacional de Cine documental, Téhéran 2011.
Distribución en Francia & ventas internacionales : Les Films du Losange
Estreno en cines en Francia : agosto 31 de marzo 2010
El proyecto nació un poco por casualidad. Un día, me apetecía pasear por la Casa de Fieras del Jardín de Plantas. Hacía años que no había puesto el pie allí. Al entrar en la zona de los monos, me quedé pegado delante de la jaula de los orangutanes. Unos visitantes comentaban ruidosamente todos sus gestos y movimientos. Desde lo alto del altillo, Nénette parecía como ausente, pero al observarla con más atención, me di cuenta de que, en realidad, no perdía detalle del espectáculo que le ofrecíamos sin saberlo… En ese momento nació la idea de la película. Para mí, era un cortometraje de quince, veinte minutos máximo, pero en cuanto empecé a rodar, me di cuenta de que ese dispositivo en «cara a cara» iba a permitirme superar la duración inicialmente prevista. Y esta idea se confirmó en el montaje. A partir de ahí, la película se fue desarrollando sola, sin que tuviera que forzar las cosas.
Quería filmar a Nénette de manera frontal, a través del cristal de su jaula, como la ven los visitantes. Captar esos momentos increíbles, como suspendidos en el aire, fuera del tiempo, en que ella también nos mira, ella como espectadora. Evidentemente, también rodé un poco a los otros tres orangutanes, Tübo, Teodora y Tamü: comparten espacio con ella; pero en la película, no les he dado la misma cancha. Prioridad a Nénette. Y sin embargo, a primera vista, es la más discreta, a la que menos se ve. Suele estar un poco retirada, medio escondida entre las pajas, en su nido, en donde puede echarse larguísimas siestas. Ahorra energía, sin duda… ¡con su edad! También es la única que no ha nacido en cautividad, sino en su entorno natural, en Borneo. No sé si existe alguna relación, pero es la más distante, se acerca en contadas ocasiones, al contrario de los otros tres, que no dudan en venir a pegarse al cristal. Quizá sea eso lo que me gustó de ella. Esa presencia lejana, teñida de indiferencia, que le otorga una especie de aura, de soberanía. Una manera de seducir, sin tratar de seducir; de mirar al visitante sin mendigar nunca nada y de devolverle su presunta superioridad, escupirle su voyeurismo a la cara.
600.000 personas desfilan cada año por delante de su jaula, le hacen fotos, la filman, comentan el espectáculo. Ríen, exclaman, se compadecen, se apiadan, admiran su destreza, su flexibilidad, el brillo de su pelo; filosofan, comparan, explican a los niños; leyendo los carteles, descubrimos la multitud de amenazas que se ciernen sobre la especie, la deforestación masiva, la caza furtiva. Hay visitantes que vienen todas las semanas, como el que va a visitar a una tía anciana; algunos han venido por primera vez y se quedan pegados; o se ríen con sarcasmo, lanzan gruñidos, gesticulan, la imitan, repiten sus gestos “como monos”, o se interrogan hasta el infinito sobre la bolsa que tiene bajo el mentón. Siete días a la semana, en invierno y en verano. Desde hace 37 años.
La película juega, de principio a fin, con una disyunción entre la imagen y el sonido, de modo que vemos a los animales pero nunca los oímos y oímos a los humanos sin llegar a verlos nunca. No hay contraplanos. No hay vistas generales. La banda sonora entrelaza varios tipos de palabras: los comentarios espontáneos de los visitantes que pasan – familias, parejas, turistas extranjeros, una banda de adolescentes, paseantes solitarios, estudiantes de una escuela de arte y su profesor de dibujo, etc… – Pero también he dado la palabra a los cuidadores, en particular, a los antiguos: han visto crecer a Nénette y conocen su historia. Por último, propuse a varios amigos, de campos y orígenes muy variados, que participaran y grabé sus reacciones. Entre otros, Erik Slabiac y Franck Anastasio, del grupo Les Yeux noirs, que vinieron a cantar un fragmento de música zíngara. Valéry Gaillard, que fue mi ayudante durante mucho tiempo, antes de empezar a hacer sus propias películas, vino a leer un texto de Buffon. Linda De Zitter, psicoanalista, eligió el flamenco, su lengua materna, para desgranar algunas observaciones; y al actor Pierre Meunier le debemos el largo monólogo del final, pura improvisación…
Detrás de su cristal, Nénette es un espejo. Una superficie de proyección. Nosotros le prestamos todo tipo de sentimientos, de intenciones, incluso de pensamientos. Al hablar de ella, hablamos de nosotros. Al mirarla, nos incluimos en el cuadro. Como Flaubert, que exclamó «¡Madame Bovary, soy yo!» yo podría decir: «Nénette, soy yo». Sois vosotros. Somos nosotros. Y, sin embargo, nunca sabremos lo que piensa, ni si piensa. El misterio sigue ahí, inescrutable. En el fondo, Nénette es la confidente ideal: guarda todos los secretos.
Es una película sobre la mirada, la representación. Una metáfora del cine, en particular, del documental como captación y como captura; porque filmar al otro, siempre es hacerlo prisionero, encerrarlo en un marco, fijarlo, en el espacio y en el tiempo.
Nicolas Philibert
Fotogramas.es / Cine Invisible - 20 de octubre de 2011
Jamás pensé que un documental sobre un orangután me plantearía tantas cuestiones personales. Además no soporto los zoos, prisiones espectáculos y reality shows de nuestra animalidad, pero el hecho de que el director fuese Nicolas Philibert, autor de una decena de trabajos, entre ellos La voz de su amo (La Voix de son maître, 1978), La ciudad Louvre (La ville Louvre, 1990), El país de los sordos (Le Pays des sourds, 1992), Un animal, animales (Un animal, des animaux, 1994), Lo de menos (La Moindre des choses, 1996) o el aclamado Ser y tener (Être et avoir, 2002) tan interesantes o más que muchísimas películas, me daba una buena pista sobre su interés.
El primer plano del documental retrata el rostro de Nénette como un paisaje deseoso de ser descubierto. La opción de rodaje es la más sencilla: situarse en el punto de observación de los visitantes del zoo y mostrar solamente la familia de orangutanes, escuchando al mismo tiempo las reflexiones que provocan en cada espectador.
Nénette es una orangután muy anciana, 40 años, cuando la media es de 35, que ha tenido tres “maridos”, cuatro hijos y superado una grave enfermedad. Llego de Borneo con 3 años a la Casa de Fieras del Jardín de Plantas de París, el zoológico más tradicional de la capital francesa, y desde entonces no se ha movido de su jaula.
Lo sorprendente es que frente a ella cada uno proyecta su propia personalidad con sus deseos, obsesiones y miedos. Hay algunos que se preguntan por qué parece tan triste, otros sobre la posibilidad de encontrarle una nueva pareja. Muy pocos hablan muy bajito para no molestarla y la inmensa mayoría ni siquiera se plantea que pueda molestarla con sus voces. Un grueso cristal de seguridad nos separa de ella pero sus costumbres, como el su té y yogur diarios de las 4 y media de la tarde, o sus gestos, cubrirse con una tela, nos recuerdan la proximidad biológica que nos emparenta a ella.
El documental reúne, como mínimo, dos momentos sublimes: el primero cuando un orangután limpia con énfasis el cristal como para observarnos mejor, y el otro, el reflejo en los ojos de Nénette al escuchar los ecos de una manifestación parisina contra el aumento de la instalación de las cámaras de vigilancia situadas en la ciudad. Increíble.
Cuando finaliza el documental, en selección oficial del Festival 4+1 tras su pase por la Berlinale, no puedes evitar recordar lo que has pensado al ver por primera vez a Nénette y te das cuenta que es ella, en realidad, la que nos observa al preguntarnos cómo nos ven los demás y, sobre todo, qué ven en nosotros. En Borneo se dice que los orangutanes saben hablar pero que han preferido el silencio para no trabajar. Yo creo realmente que lo han hecho para no responder a esta pregunta.
Gara - 22 de Febrero de 2011
En 2003, el filme de Philibert Ser y tener fue elegido como el mejor documental europeo. Este galardón vino a confirmar la trayectoria del realizador nacido en Nancy en 1951, que comenzó a grabar a finales de los setenta. Nénette sería su novena película.
Nicolas Philibert abrió con su último trabajo, Nénette, el festival Punto de Vista de Iruñea. Ser y tener y Regreso a Normandía han confirmado a Philibert como uno de los realizadores de referencia dentro del documentalismo actual. Se trata de un tipo concienzudo. Para rodar el documental «El País de los sordos», aprendió el lenguaje de signos. Antes de responder a las preguntas de esta entrevista, calla unos segundos mientras se clava el índice y el pulgar en las cejas. Piensa mucho para hablar.
Tener a un oranagután enjaulado como el único personaje que se ve durante todo el filme parece una apuesta arriesgada. ¿Qué busca transmitir con Nénette?
No he rodado este documental para transmitir un mensaje. La película no nace de la necesidad de querer decir algo. No hay ninguna idea preexistente. Los espectadores pueden adueñarse de lo que ven. Una película como ésta permite al espectador reflexionar sobre ciertas cosas: sobre nosotros mismos, sobre las relaciones entre hombre y animal, sobre la libertad y la cautividad o sobre la desaparición programada de los orangutanes. Considero que la película abre pequeñas puertas. Realmente, se trata de una película un poco especial. Durante una hora y diez minutos se ve a un orangután detrás del cristal de su jaula, mientras se escuchan los comentarios de los visitantes. Y eso es todo. Constituye una experiencia bastante particular. No hay persecuciones en coche, ni ese tipo de cosas. Tampoco se trata de un documental de animales como los que estamos acostumbrados a ver por la televisión. Es como un cara a cara, nos lanza contra un mono, un animal que es a la vez cercano a nosotros y diferente. Creo que, sin duda, se trata de una de las especies animales más cercanas al hombre. Podríamos decir que Nénette, esta orangutana, es como una figura del otro, el otro por excelencia.
Usted dijo que Lo de menos (La moindre des choses) trataba también de «aquello que nos conecta con el otro, de todo cuanto el otro puede hacernos aprender de nosotros mismos». Sin embargo, esa película estaba rodada en un siquiátrico.
Las dos películas son muy diferentes. Se trata de experiencias muy distintas para el espectador, aunque sí que es cierto que podría decir esta misma frase de Nénette.
Además de la relación con el otro, en Nénette también se tocan los vínculos entre hombre y animal, algo recurrente en su filmografía.
He realizado alguna película sobre la relación con un animal, aunque no soy ningún especialista en los vínculos entre hombres y animales. Para mí, los temas de mis películas no son más que un pretexto. Sería incapaz de decirte con exactitud cuál es el tema de cada una. La moindre des choses no trata de enfermedades mentales. En ese filme, se ve cómo se monta una obra teatral y tampoco constituye una película sobre el arte dramático, ni sobre el teatro como terapia. Es un poco de todo y también otras muchas cosas. Con Nénette ocurre lo mismo. No es un documental sobre animales, aunque sólo se vea a un animal. Todas mis películas tienen una dimensión metafórica.
Pero sin embargo, sí que insiste en determinados escenarios. Rodó también en una galería zoológica.
El lugar no era exactamente igual. La Ciudad Louvre trata sobre un museo, sobre la galería de zoología del Museo de Historia natural de París. Bueno, confesaré que sí que se encuentra justo al lado del parque donde está encerrada Nénette. Ese museo permaneció cerrado durante 30 años y después se decidió restaurar. Se restauraron las colecciones, se llevaron a los taxidermistas cientos de animales disecados. Pero sería un error tomar estas imágenes al pie de la letra, porque ese filme tiene una dimensión muy onírica. Podría decirse que grabé animales, estos animales disecados mirando fijamente a la cámara e intenté darles un toque de vida.
Veo que prefiere la palabra experiencia para referirse a sus propias obras, ¿por qué?
Creo que también podría llamar aventuras a mis trabajos. No me planteo mis documentales con un guión preciso. Lo cierto es que voy inventando día tras día, mientras sigo capturando las imágenes. Para realizar una película necesito el punto de partida, pero jamás sé a dónde me va a llevar hasta que transcurre un tiempo. Confieso que, a veces, no sé siquiera cuál va a ser ese punto de partida. Por eso puedo afirmar que no hay mensajes preexistentes. En ocasiones, al final de todo el proceso, ni siquiera descubro por qué he querido hacer esa película.
Entonces, podría hablarse de dos experiencias. Una la suya, mientras graba, y otra, la que genera en el propio espectador.
Todas mis películas se basan en encuentros. Por definición, nadie sabe cuál es el resultado de un encuentro. El carácter del encuentro entre la persona que rueda y las que son rodadas, se percibe en la propia pantalla. Creo que todas las películas dicen algo de la naturaleza de la relación entre el que rueda y quienes son filmados. Esta relación repercute, asimismo, en la mirada del espectador. Si el documentalista graba de una manera opresiva, como si fuera un voyeur, un vulgar mirón, el espectador se va a sentir incómodo. Finalmente una película desata un triángulo relacional entre el que graba, el filmado y el espectador. Ese elemento o esa sensación que circula entre los tres protagonistas constituiría la experiencia a la que me refiero.
¿La presencia de la cámara, del hombre que graba, debe percibirse o tratar de ocultarse al máximo?
Yo, por ejemplo, nunca intento que se me olvide. A veces, las personas a las que grabo miran a la cámara. Eso no me plantea ningún problema. Jamás digo a la gente: «actuad como si no estuviera aquí». Es obvio que estoy ahí, lo contrario constituye una impostura. La cuestión es saber cómo estar en ese lugar porque eso determina cómo se establece la relación con quienes son grabados. ¿Es legítimo estar ahí con una cámara? En algunas ocasiones quizá, en otras, resulta más complicado. Al fin y al cabo, una película también es el fruto de una cadena de decisiones que se han de tomar sobre la estética, la política y la economía.
Y para forjar esa relación, ¿prefieres trabajar solo o con un equipo?
Trabajo con un equipo, aunque reducido.
Pero a veces adultera menos uno solo. Es más discreto.
Las personas con las que trabajo son muy discretas y van con cuidado. No se trata de que nos olvide, sino que se nos acepte, que no es lo mismo. Hacerse olvidar implicaría ir a robar algo. No me gusta grabar a escondidas, me gusta estar presente, estar con. Es algo que está ocurriendo y yo estoy con ellos.
Usted lleva más de 30 años dirigiendo documentales. ¿Siempre ha sido guiado por esta filosofía? ¿Cuál ha sido su evolución?.
En mi primera película estaba más distante. La película trataba sobre grandes empresarios. Eran los jefes de IBM en Francia, Thompson, Elf… No se generaba la misma empatía.
Mejor con la orangutana.
Es más simpática. Los orangutanes son animales más simpáticos que los ejecutivos.
¿Más humanos?
Quizá.
Film Affinity - 30 de Marzo de 2011
La encargada de abrir este Festival Punto de Vista 2011 fue Nénette, del realizador galo Nicolas Philibert, el afamado director de documentales como El país de los sordos (92) y Ser y tener (02), quien ya presentara su último trabajo Regreso a Normandía (07) en este mismo lugar. Nènette es un pequeño filme sobre una orangután que, desde hace más de cuarenta años, habita el zoo del Jardin des Plantes de París. Philibert plantea un sencillo dispositivo, pero con profundas resonancias: filmar a la orangután a través del cristal, de cerca, atendiendo a sus gestos con detenimiento. En esta “aventura” fílmica, este “crimen sin premeditación”, como el propio Philibert definiría la película, se plantea una muy fecunda reflexión sobre el propio medio cinematográfico, la imagen y el espectador, y asimismo una película sobre el propio hombre y su relación con la naturaleza. Así, mientras Philibert filma con delectación las indescriptibles manos de Nènette, su rostro mutante y su lengua surreal, nos invita a pensar acerca de lo que vemos y cómo lo vemos. Lo humano, siempre fuera de campo, aparece en la banda de sonido en la forma de turistas, cuidadores del zoo o amigos del director, invitando al diálogo poliédrico sobre el objeto representado. Nènette es más un documental sobre el cristal que separa al hombre y el animal, y, en términos generales, sobre la separación inherente al fenómeno pantalla por el cual el hombre capta la realidad. En esta profunda teoría de la proyección (complementaria a las disquisiciones deleuzianas sobre la cristalización de la imagen en el cine de la modernidad), Philibert propone una visión pesimista de la humanidad y también del hecho cinematográfico. La orangután Nènette representa “el Otro por excelencia” y frente a él nosotros nos sentimos seguros siempre que esté bien encuadrado, enmarcado, al otro lado de la pantalla. Este cristal es un espejo reflectante sí, pero también una lámina que separa espacios en lugar de unirlos: una pantalla que hace patente su separación. Alegóricamente, aparece en Nénette una descripción del cine (como separación de la vida): Nènette, que tras más de cuatro décadas tras el cristal es algo así como una estrella mediática, con fans, visitantes habituales, entrevistas de prensa y televisión (sus distintos novios, hasta tres, y sus diversos partos, fueron experiencias compartidas por la sociedad parisina, que ha presenciado cómo Nènette quedaba sola con uno de sus hijos), es un trasunto de una estrella del cine. Clausurada y exhibida en una vitrina, representa ese ganado hitchcockiano que actúa en las pantallas, indiferenciado e indistinto, separado de nosotros. Así, todos los filmes que hemos visto, con esas grandes actrices (Gishes, Hepburns, Monroes, etc.), no eran sino documentales sobre orangutanes, y sobre nuestro propio goce en observarlas. Con la diferencia, evidentemente, de que Nènette es mejor actriz.
Esta pequeña-gran película abrió muy gratamente el Punto de Vista en su séptima edición, dejando claro que todo film es un espacio de reflexión, incluso el más insustancial en apariencia. Que todo objeto cinematográfico es el lugar donde se dirime mi/un punto de vista, frente a un mundo que se hace presente. En la mano de Uno está el separarse de la imagen, del caudal y del mundo, o zambullirse. La pantalla, en su idiosincrasia paradojal, permite ambos movimientos. Como dice Portabella, en la introducción al mentado libro de Rosenbaum: “En definitiva, el valor de la posesión está cambiando por el valor de uso, y esto puede ser una noticia muy buena. Estaríamos hablando de la pantalla global”. Pero no esa pantalla global de Gilles Lipovetsky, figura paradigmática del no lugar como espectáculo, sino esta pantalla glocal que refleja mundos pequeños e íntimos en una tentativa de comunidad, un ensayo de unión, ahora sí, global.
Diario de Noticias - 22 de febrero de 2011
La sesión inaugural de Punto de Vista, hoy a las 20.00 horas en Carlos III, estará dedicada a la última película del realizador de Ser y tener. En Nénette, Philibert muestra cómo el ser humano tiende a preojectar en los demás, en este caso en una orangután, sus pensamientos y deseos.
Hace tres años impartió una clase magistral en el contexto del Festival Punto de Vista, ¿qué recuerdo tirne de esa experiencia y del certamen?
Si he decidido regresar a Pamplona es porque en mi primera estancia me gustó mucho et ambiente del festival. Tiene une selección de calidad. Es verdad que también fue una frustración para mí no poder quedarme y esta vez también va a ser une estancia corta, sólo un día, pero me gusta mucho este certamen porque es exigente. Une de los problemas de los festivales es que quieren crecer muy rápido, mostras siempre más películas, y me parce que este festival ha sabido no crecer demasiado pronto.
En cuanto a Nénette, ¿cómo surgió la idea del filme?
La idea surgió de forma muy espontánea. Un día que fui a dar un paseo al Jardin des Plantes en París y me paré delante de la jaula de los orangutanes. Como tenía tiempo, me quedé mucho rato observando a esos animales y escuchando los commentarios de los visitantes. La idea de la película es mostrar a los animales detrás del cristal de la jaula y escuchar los pensamientos de los humanos. No se trataba tanto de hacer un documental sobre animales, sino de proponer una especie de enfrentamiento entre esos animales que nos observan y nosotros, con el fin de explorar lo que no separa, lo que nos aleja y, en el fondo, desarrollar el concepto de lo ajeno. Nénette es une representación del otro. Es al tiempo cercana y remota, se parece a nosotros y a la vez es diferente.
En este sentido, ¿qué narración propone la película?
La película propone una metáfora, ya que el cristal nos permite acercarnos a ella y materializa lo que nos separa. Es une ventana transparente, pero que posee, diría yo, une forma humana y animal, una ventana que es transparente y opaca. Este animal es, de la primera a la última imagen de la película, muy misterioso. En en fondo, es come la Mona Lisa, enigmática. No sabemos qué piensa, tan solo podemos proyectar en ella nuestros sentimientos y pensamientos. Por tanto, es un filme sobre cómo nos proyectamos en lo demás. El cine es el arte de proyectar, proyectamos imágenes en una pantalla. En este caso, este concepto se desdobla, ya que oímos a los humanos proyectarse, hablando de ella, hablando de ellos mismos. Hablando de Nénette o hablando a Nénette proyectamos parte de nosotros, lanzamos hipótesis. Encarna la pantalla en la que proyectamos nuestros deseos, nuestras preocupaciones, nuestros dudas. La vemos triste, y al rato está sonriendo, pero en el fondo no sabemos nada de ella.
¿ Cómo fue el rodaje ?
La idea era que la cámara estuviera del otro lado de la ventana. Nunca hemos querido dejar la cámara penetrar dentro de la jaula, pasar del otro lado del espejo de alguna manera. Para mí, esta palícula tenía que rodarse a través del cristal, un poco come un peep show, con todo le que tiene que ver con el estar encerrado, con el voyeurismo. En el fondo, es une película sobre el voyeurismo. En el cine, somos los que miramos por la cerradura. El hecho de grabar al otro implica encerrarlo en un marco y fijar a esa persona en el tiempo y en el espacio. En ese sentido, Nénette es la metáfora de este hecho ya que grabo a un animal que ya está atrapado, en cautividad. En francés, solemos usar la palabra “captación” cuando grabamos eventos o escenas. Y las palabras captura y cautividad tienen la misma raís. Se puede ver Nénette como un filme sobre la cautividad y la libertad. Elle está encerrada y yo tendo la libertad de circular a su alrededor. Tengo el poder de ir a verla y de grabarla sin su consentimiento. La cámara da un poder sobre el otro.
¿Por qué decidió no tomar imágenes de la gente que la veía desde ese otro lado del cristal?
Creo que si queremos que una película fomente la imaginación, hace falta cierta invisibilidad, un fuera de campo lo que nos permite imaginar, fantasear. Me parece que era innecesario ver a la gente.
¿Por qué decidió mezclar las conversaciones de los visitantes y de los cuidadores de Nénette, que tienen una opinión más experta sobre ella?
Lo que buscaba era que se escucharan comentarios diversos. Se oyen muchas conversaciones en francés, claro, pero también en chino, en flamenco, en italiano, en inglés, en georgiano… Se escuchan idiomas, conversaciones de majores, de niños, visitantes que acuden por primera vez, otros que ya habían ido antes. Quería que la multiplicidad de idiomas chacara con el silencio de Nénette. También he querido incluir las conversaciones de sus cuidadores, los que saben como racciona, que hablen de su relación con ella. Por último, pedí también a algunos amigos que improvisaran, como el monólogo al final de la película, hecho por un actor. También hay una canción de amigos que improvisaron un tema para Nénette.
Y usted ¿en qué piensa cuando ve a Nénette?
Mi mirada ha cambiado. He aprendido cosas sobre ella a medida que la observaba. También he aprendido cosas sobre mí mismo. No sabía si iba a ser capaz de interesarme por un mono, sin más. Al principio, tenía pensado hacer un corto, pero poco a poco se fue alargando. A medida que iba rodando, pasó algo entre ella y nosotros. Entendí que nos reconocía y que yo también sabía distinguirla del resto de orangutanes. Además, aprendí muchas cosas sobre esos animales, como el peligro que les acecha. Se cree que habrán desaparecido de aquí a 15 ou 20 años. Y que sólo estarán en los zoos.
¿Es el documental la mejor forma de hablar de la realidad?
Tanto el cine de ficción y el documental nos permiten reflexionar sobre nosotros, sobre el mundo que nos rodea. Además, la frontera entre documental y ficción es muy porosa y cambiante. Pasa lo mismo con la literatura o la pintura. Las artes nos ayudan a entender el mundo y a soportarlo. Y no sé si se puede hablar de realismo en el documental, porque no plasma la realidad en su estato bruto, detrás hay une lectura, une construcción. Siempre existe una componente de ficción.
¿Qué papel han jugado y jugean las nuevas tecnologías?
Ha habido un gran desarrollo. Hay más películas gracias a la tecnología digital. Las pantallas de televisión se han multiplicado, lo que implica más documentales televisivos. Pero el documental de televisión posee un formato concreto que resulta formalmente pobre, incluso más que el propio contenido. Parece que se puede hablar de todo en cine, pero no es cierto porque ciertos temas molestan. Y creo que lo que más molesta es la singularidad formal, el estilo. Se puede hablar de todo mientras se haga de tal forma que no incomode al espectador, en un formato al que el espectador está acostumbrado. Lo que molesta es lo novedoso, la originalidad en el formato. Por eso, hoy en día, hay más documentales que nunca, pero muy formateados. Muchos documentales se parecen, se hacen de la misma forma. En Francia, los cines proponen muchos documentales que acaban luchando entre sí por el público. Sólo en París, se estrenan tres o cuatro documentales por semana. Y lo malo es que el boca a oreja no tiene tiempo de actuar entre el público porque desprograman esos filmes muy rápidamente.
Slate.fr / Projection publique - January 21, 2011
Nénette de Nicolas Philibert est une réjouissante et émouvante rencontre, pas tellement avec la vieille orang outan du Jardin des Plantes qu’avec les joies mystérieuses du cinéma.
Oui, le regard d’abord. Mais tout de suite davantage, bien davantage. Ce regard est riche de l’indécidabilité de ce qui s’y joue, de la puissance d’interrogation de ce qui est partagé, et de ce qui ne l’est pas, entre animaux et humains. Puisqu’entre les animaux – en tout cas les mammifères – et les humains, ce qui se ressemble le plus ce sont les yeux. Aucun spectateur n’ignore que ces yeux qui occupent tout entier l’écran au début du film sont les yeux de Nénette, la femelle orang-outang du Jardin des plantes. J’allais écrire « la guenon », j’ai esquivé, le mot porte quelque chose d’absurdement péjoratif, ces sous-entendus qui parasitent nos rapports aux autres sont, aussi, un des enjeux du film.
Aux autres ? Quels autres ? Les animaux sont pour nous des « autres », et à un degré plus ou moins grand tous les êtres qui appartiennent à ce que nous appelons « la nature ». Des autres plus différents de nous que les autres humains, et pourtant pas encore de manière absolue. Et voilà un autre enjeu du film, qui lui aussi très tôt se met en branle : l’infini processus de différenciation de l’altérité (désolé pour le jargon, je ne sais comment le dire autrement), tel que nous l’éprouvons, et qui est le même processus ou se jouent les rapports entre hommes et femmes, entre adultes et enfants, et aussi le racisme, l’antisémitisme, le nationalisme. Car « Nénette », avec son aspect d’une extrême simplicité (1h10 à regarder un singe), est une incroyable machine à ressentir, à percevoir, et par le cheminement qu’engendrent ces sensations et les émotions qu’elles suscitent, à réfléchir. Voilà un film qui ne plaira pas à Frédéric Martel, devenu grand prêtre médiatique de la lobotomisation par le marché de la mal-culture.
Je voulais parler de ce qu’il y a en plus de ce regard, dès le début du film, mais je ne peux pas, pas encore. Parce qu’à lui seul tel que Nicolas Philibert l’affronte, et nous met en situation de l’affronter, ce regard qui ouvre le film, à tous les sens du verbe « ouvrir », appelle silencieusement à un dialogue dont nous ne savons pas d’avance la langue, en même temps qu’il inspire le trouble de tout face-à-face. Ce que je lis dans ce regard, dans quelle mesure est-ce ce qui s’y trouve, ce que j’y projette, ce que des conventions et des préjugés y impriment ? Question du vivre ensemble, question du cinéma aussi, qui toujours par son dispositif même est à la fois – mais, à nouveau, dans quelle mesure ? – un peu de réalité qu’il a enregistré, ce qu’il a construit et projeté, et les mises en formes conventionnelles (cadre, montage, codes de représentation) dans lesquelles il s’est coulé.
Nénette nous regarde. Il n’est pas, il ne sera jamais question de se mettre à sa place. Et cet écart infranchissable, qui contredit violemment le racolage anthropomorphiste des animaleries Disney, de L’Ours, des Oiseaux migrateurs et autres Marche de l’empereur, cet écart nous rapproche, nous humains spectateurs de cinéma, d’elle, la vieille orang outang de Bornéo. C’est un paradoxe, si on veut, mais un très vieux paradoxe. Cela s’appelle la rampe, ce dispositif qui en traçant la séparation entre le ceux qui regardent et ceux qui sont regardés permet la construction d’un espace de symbolisation et de langage, qui nécessite ou pas l’énoncé de dialogues sur scène.
Dans Nénette, on s’en doute, pas de dialogue de celle qui est regardée. Et donc pour Nénette un statut compliqué, qui n’est ni celui d’une actrice, ni celui d’un personnage. Nénette est une présence physique, dont le regard, plus tard les gestes, les attitudes, les mimiques portent une immense quantité de suggestions dramatiques, comiques, affectueuses, etc., selon des modalités inusuelles, et qui du coup ont en outre le mérite d’interroger sans cesse ce que nous sommes habitués à regarder sur un écran – des acteurs et des personnages dans les films de fiction, mais même dans ce qu’on nomme documentaire, des personnes qui se tiennent là pour ce qu’elles sont ou prétendent être, qui portent un récit, ne serait-ce que celui de leur existence ou de leur activité.
Mais la construction du film de Nicolas Philibert ne repose pas sur ce seul échange de regard avec Nénette. Dès la première image deux autres éléments décisifs sont mobilisés. Le premier tient à la présence, discrète mais essentielle, d’une vitre entre la caméra et le singe. De manière plus ou moins explicite, ce qui se passe à l’extérieur de la cage de Nénette est reflété par cette vitre – autant dire que par le plus simple des moyens le cinéaste accomplit ce paradoxe fondamental au cinéma qui est de faire exister le hors-champ dans le champ. Car, avec les visages et les mouvements des visiteurs qui se devinent dans cette vitre, et à l’occasion la caméra du réalisateur, c’est le monde tout entier qui devient présent, sur un mode qui à la fois ne laisse jamais oublier que l’être filmé est un être prisonnier, et que ce qu’on voit de lui est inscrit dans un rapport au monde à son tour d’une grande complexité.
On pourra dire que ce rapport est celui du voyeurisme, ce sera vrai, à ceci près qu’on ne saura toujours pas ce qu’on a dit. Du moins peut-on assurer qu’il y ait du désir, de la compassion, de l’ironie, des formes de mépris ou de frayeur, des tentations de rabattre l’inconnu sur le connu sous d’innombrables formes. Ce tissu d’affects est ce qui construit la cage où est enfermé l’être singulier que nous aussi nous regardons. Et cela se perçoit très bien dans le jeu ininterrompu de signaux qu’émet cette plaque de verre, signaux parfois très discernables et parfois à peine.
A quoi s’ajoute encore, et de manière immensément riche et complexe, tout ce qui advient sur la bande son. La composition inventive de ce qu’on voit (Nénette), et de ce qu’on entend (les visiteurs, habitués ou touristes de passage, les gens du zoo qui s’occupent d’elle, des savants, un texte de Buffon, une sorte de poème, un loufoque…) ne cesse de déployer davantage ce qui relie et ce qui sépare – ce qui relie et ce qui sépare les hommes entre eux, les hommes des animaux, les spectateurs du spectacle, du double spectacle, celui du zoo et celui du cinéma… Cet espace saturé de question est la raison d’être de Nénette, comme à vrai dire de tout film digne de ce nom, La Règle du jeu aussi bien qu’ Avatar.
Le « sujet » n’importe qu’à peine, dans le documentaire pas plus que dans la fiction. La Ville Louvre n’était pas un film sur le Louvre, ni La Moindre des choses un film sur les aliénés, ni Être et avoir un film sur l’école (mais il y a eu un malentendu qui a fait son succès inattendu). Comme tous les films de Nicolas Philibert, Nénette n’est pas un film « sur » ce qu’il montre. Ce n’est ni un film sur les singes, ni un film sur le fossé entre humains et animaux, ni un film sur les zoos et leurs visiteurs, encore moins un film sur l’incommunicabilité (au secours !). Drôle, touchant, compliqué, surprenant, Nénette est un film. C’est bien mieux.
Positif n°590 - Avril 2010
« Nos voyageurs font sans façon des bêtes sous les noms de Pongos, de Mandrills, d’Orang-outan, de ces mêmes êtres dont sous le nom de Satyres, de Faunes, de Sylvains, les anciens faisaient des divinités. Peut-être après des recherches plus exactes trouvera-t-on que ce ne sont ni des bêtes ni des dieux, mais des hommes. » (Jean-Jacques Rousseau)
Sans conteste, le film de Nicolas Philibert s’inscrit dans une veine humaniste. Nous voulons dire par ces mots que cette œuvre donne une certaine représentation du monde dont l’homme et son regard sont l’exacte mesure. Le dispositif rigoureux qui doit caractériser tout documentaire est ici remarquable. Durant un peu plus d’une heure Nénette et ses compagnons Tübo, Theordora et Tamü, pensionnaires de la ménagerie du Jardin des Plantes, sont filmés depuis l’extérieur de leur cage de verre. Philibert s’interdit tout contrechamp. Les visiteurs sont présents par les reflets fugaces de leurs visages sur les vitres, et surtout par leurs paroles et récits. Commentaires saisis sur le vif ou bien réactions mises en scènes par le documentariste ; des soigneurs racontent leurs rapports difficiles avec Nénette au caractère ombrageux ; des musiciens chantent un air de musique tzigane ; on lit un extrait de l’Histoire naturelle du grand Buffon ; enfin le comédien Pierre Meunier improvise un ultime monologue sur le désœuvrement, aux accents presque pascaliens, qui clôt le film. Sans aucune réserve sur la maîtrise du dispositif, tenu pendant toute la durée du film avec un brio et une précision qui font de Nénette un exemple de l’art du montage, on peut néanmoins s’interroger sur la finalité de ce protocole. Nous voyons des bêtes en captivité. Nénette est arrivée à la ménagerie en 1972, alors qu’elle était âgée de trois ou quatre ans. Nénette est en cage depuis presque quarante ans. Quel est le propos du film ? Le contraste violent entre les plans de Nénette ou de ses compagnons et la bande-son est saisissant : superbe montage audiovisuel. Bien sûr Nénette ne parle pas. Mais, à travers la vitre de la cage, aucun son ne nous parvient des grands primates. Quand elle bouge son corps avec ces mouvements si remarquables de souplesse et de puissance contenue, aucun bruit n’accompagne ce déplacement… Comme les astronautes d’un film de science-fiction dans le noir de l’espace interplanétaire. Ici, Nénette est dans le blanc d’un mutisme absolu. Ni parole, ni son, ni bruit. Nénette est loin de nous, très loin. Ce silence, ce parfait silence des bêtes, est d’autant plus remarquable que nous entendons sans interruption le bavardage des hommes, leur babil incessant, leurs considérations existentielles. Devant eux, un primate dont l’existence, depuis quarante ans, n’a qu’un seul nom : cage.
Bien sûr Nénette est un test de Rorschach. L’humanité et ses variations infinies se dévoilent devant le mutisme hiératique du singe. Dans ce face à face impossible, puisqu’il n’y a pas de champ/contrechamp, le singe devient un miroir des vanités humaines, un révélateur de nos angoisses et de nos espérances. Si on s’en tient à une lecture littérale du dispositif voulu par Philibert, on pourrait dire que Nénette est une œuvre de grande facture classique, comme une vanité glacée et élégante du Grand Siècle, une pièce de moraliste à la fois gaie et tendre, souvent amère, un beau miroir ciselé d’argent tendu à notre incessante quête de soi. Bien sûr Nénette est un test de Rorschach, mais un orang-outan n’est pas une tache sur une feuille de papier. Pour le moins, c’est un être vivant. Etrange malaise ressenti en regardant le film. Le mutisme absolu du singe marque le triomphe de notre puissance : Nénette est offerte à notre regard, nous pouvons la scruter, la dévisager. Le film de Philibert est aussi un dispositif voyeuriste cruel, et en ce sens une sorte d’allégorie de la nature du cinéma. Mais l’excellence du dispositif ne se réduit pas à sa troublante efficacité. Il me semble qu’un très bon documentaire – et Nénette fait partie de cette catégorie – voit toujours son dispositif comme excédé, dépassé par la matière même qui sert de document, à savoir la réalité. Et le propre de la réalité est qu’elle s’obstine à ne pas se laisser réduire à un protocole. Telle est la vertu majeure du film de Philibert : sa rigueur et son honnêteté induisent la possibilité d’un excès, d’un trop plein de réel. Le bon dispositif est celui qui se laisse submerger par le réel, quand la rigueur du document proposé fait qu’il ne peut pas être lu avec la grille d’une idéologie : si l’on veut, c’est l’inverse des diatribes en image d’un Michael Moore. Par sa rigueur démonstrative, Nénette ne démontre rien. Nénette montre. De montre à monstre, il n’y a qu’une lettre. C’est Nénette le monstre. Nénette, la créature exotique digne d’être « monstrée ».
Et quel monstre ! Les premières images du film sont saisissantes : très gros plan sur la tête du singe. Le grain de sa peau. Ses poils. Les rides et replis de sa gueule (ou de son visage ?). Ses yeux, abîme insondable. Un paysage de science-fiction. Nénette et sa gueule de Chewbacca, le yéti égaré de Star Wars (George Lucas, 1977). Mais Chewbacca, on l’aime bien : il grogne, il lutte contre le mal, auxiliaire docile des humains auxquels il doit sa liberté, chienchien bipède plein de bonne volonté. D’ailleurs, j’ai toujours été étonné par la pauvreté caricaturale des extraterrestres imaginés par Lucas et qui font un décor assez débile de la saga des chevaliers Jedi. De toutes ces créatures maladroitement dessinées, aucune n’exprime quelque chose qui pourrait ressembler à un sentiment, à un affect. Aucune ne semble vivante. Aucune n’a un visage. Eh oui, monsieur Lucas, ce n’est pas si simple de filmer l’autre. Pauvres pantins sortis de notre imaginaire de l’altérité, imaginaire stérile, et qui ne témoigne que de notre incapacité à nous représenter une intelligence différente. Mais Nénette, quel animal extraordinaire ! Philibert nous fait sentir quel dut être l’étonnement des premiers parisiens lorsqu’ils virent les animaux exotiques dans cette ménagerie voulue par Buffon. Le mutisme de Nénette et le babil insignifiant et ininterrompu des visiteurs me ressouvient l’arrivée à Paris de Victor L’Enfant sauvage (1970) filmé par François Truffaut : « L’enfant admirera-t-il les beautés de la capitale ? » s’interroge « Le Journal des débats » lu par le Docteur Itard. Chaque culture a son rêve et ses fantasmes de sauvagerie. Seul un positiviste enragé pourrait encore soutenir en ce début de XXIe siècle que les grands primates n’ont pas d’âme. « Nénette » est aussi un témoignage bouleversant sur l’enfermement. Nénette est née dans la forêt. Elle purge sa trente-huitième année de captivité. Au XIXe siècle, Arthur de Gobineau écrivit fort bien à quel point le Nègre Congo est laid, quoiqu’il ne soit pas aussi laid que le sauvage natif d’Australie. Que voyons-nous dans l’impossible face à face avec Nénette ? Un simple problème écologique ? Il n’y a plus beaucoup d’orangs-outans, certes. Mais derrière sa vitre, Nénette ne nous rend pas notre regard. Contrairement au dernier plan de L’Enfant sauvage, nul regard caméra dans le film de Philibert. Nous mettons Nénette en cage. On s’étonne. On discute. Et on reste seuls, terriblement seuls.
Il était une fois le cinéma.com - February 3, 2011
Après Être et avoir (2002) et Retour en Normandie (2007), Nicolas Philibert nous invite à prendre un thé et un film avec Nénette, orang-outang de la Ménagerie du Jardin des plantes de Paris.
Nénette est une femelle orang-outang née à Bornéo vers 1969 et entrée à la Ménagerie du Jardin des plantes de Paris en 1972, très populaire auprès des visiteurs. Nicolas Philibert est un documentariste né en France en 1951 dont l’impressionnant succès d’Être et avoir en 2002 (1,8 millions d’entrées tout de même) l’a fait connaître (un peu) du grand public. Leur rencontre donne naissance à Nénette, documentaire sur la première, qui nous en apprend beaucoup sur le second.
Nicolas Philibert filme Nénette, ainsi que les autres orangs-outangs du Jardin des plantes, depuis l’espace réservé aux visiteurs, depuis l’extérieur de la cage vitrée des animaux. Ce qu’on voit à l’écran n’est donc pas directement Nénette, mais la vitre qui la sépare des visiteurs. Une heure dix durant, nous allons entendre les commentaires tour à tour fascinés, amusés ou attristés de ces visiteurs, mais aussi ceux des soignants qui retracent l’histoire de Nénette ou encore d’autres personnalités venues confier leurs impressions devant la plus ancienne résidente du zoo.
Nous partageons le même espace que les visiteurs de la Ménagerie. Nous sommes dans une position similaire. Nous observons Nénette derrière sa vitre. Nous lisons le cartel donnant des indications sur son espèce. Et bien sûr, nous lui prêtons toute sorte d’intentions ou de sentiments : elle est drôle, elle a peur, ils sont amoureux, elle s’ennuie… Attitude parfaitement humaine que nous adoptons tous dans un zoo. On tente de recueillir des signes et de les interpréter, d’humaniser l’animal. Ou de l’instrumentaliser au choix. Petite piqûre de rappel : les soignants nous informent à mi-parcours qu’il est extrêmement difficile de connaître les humeurs d’un orang-outang car ils n’ont pas d’expressions faciales et que ce n’est que des années après les avoir côtoyés qu’on peut commencer à définir leur état via leur regard.
L’écran-miroir
« Nénette » est véritablement un film sur l’interprétation, l’écran et la distance. Le visiteur de la Ménagerie devient le spectateur et inversement. La vitre de la cage devient un écran. On y projette des pensées, un film. Nénette n’est qu’un support de projection et vient révéler ce que le visiteur a en lui, ce que nous avons en nous. Nénette le film n’est-il alors qu’un prétexte ? Non. Mais un dispositif, ça c’est certain. Il n’est d’ailleurs pas sans rappeler le récent Shirin de Kiarostami (le film montre des plans de spectatrices dans une salle de cinéma face à un film que nous ne voyons pas, mais dont nous entendons la bande-son).
A l’heure où beaucoup glosent sur la mort du cinéma dans sa forme traditionnelle (salle obscure, film projeté, voire vente de choses grasses et sucrées, ou salées selon les goûts), il n’est sans doute pas anodin que deux réalisateurs de renom viennent en interroger les modalités. Des images qui bougent, jetées dans un flux lumineux et qui s’accrochent à une toile blanche. Des spectateurs assis et alignés, leurs regards tournés dans la même direction dans l’obscurité. Du spectacle, littéralement ce qui attire le regard. Nénette/Nénette sont tous deux un spectacle vers lequel nos yeux se portent, que notre esprit interprète à sa guise. On n’est pas loin du Shutter Island de Scorsese non plus. Si l’écran est un miroir de l’homme, le zoo l’est tout autant. Ce sont d’ailleurs des visages humains qui viennent fugitivement s’inscrire en reflet sur la vitre/écran de la cage de Nénette : celui des visiteurs qui contemplent Nénette et leur propre reflet. Nénette, c’est un peu nous. Elle boit du thé et mange des yaourts. Une manière de rappeler que l’homme ne descend pas du singe, mais en est un. Mise en cage pour préserver l’espèce de la disparition (Nénette a bien rempli ses devoirs conjugaux, a épuisé quatre maris et eu quatre enfants), Nénette est devenue un objet d’étude et de divertissement. Fixer son image dans un documentaire ne fait que poursuivre ce processus. Même s’il tend à l’individualiser (en la filmant à divers moments et sous toutes les coutures, en donnant la parole à ses soignants…), Philibert ne fait que renforcer la réification de Nénette. Alors oui, on la connaît un peu plus, mais pas beaucoup.
Moins que Nénette, ce que montre le film, c’est cette frontière infranchissable qu’est l’écran et le dispositif cinématographique dans son ensemble. L’écran est à la fois transparent et opaque. Alors que l’on croit être au plus près d’elle, la vitre de la cage réapparaît sans cesse. Nénette est enfermée derrière les reflets des visages et les rayures de sa vitre. De même que Shirin, il y a dans Nénette un film dans le film, mais ici, il effleure littéralement l’écran. Avec l’humour et l’humanité qu’on lui connaît, Nicolas Philibert regarde Nénette et regarde le cinéma, se regarde et nous regarde. Et semble nous dire : « Faisons-nous des films ! Faisons des films ! »
excessif.com - February 3, 2011
Nicolas Philibert, entré en cinéma après des études de philosophie, assistant entre autres d’Alain Tanner avant de faire cavalier seul (La Ville Louvre, Un animal, des animaux…) et de connaître l’ivresse du succès avec Etre et avoir en 2001, se pose au jardin des plantes. Sans passer le costume du primatologue, il pose sa caméra derrière la vitre qui le sépare d’une vieille dame orang-outan, il regarde, il écoute. Le résultat est touchant, drôle et intéressant.
Singer l’homme.
On le sait avant même que le documentaire ait commencé, Nicolas Philibert va évoquer l’Homme. Parce que le singe est trop proche de notre espèce pour éviter la comparaison, que ces cinq doigts sont trop familiers, tout comme cette position, le menton dans le creux de la main et le coude appuyé sur le genou. C’est visuel. Mais le réalisateur double la comparaison par son dispositif de filmage, l’œil sur le primate, l’oreille tendue vers d’invisibles commentateurs, touristes, vétérinaires soigneurs ou amis du cinéaste. Les commentaires sont rarement informatifs. Anthropomorphistes, ils finissent par modeler le sympathique primate en éternel reflet. Ici, on voit bien que ce sont les hommes qui imitent les singes, que les cris et rires des enfants remplacent ceux de ce primate mutique, qu’enfin cet animal est un être humain sans convenance. L’animal est trop digne, la caméra trop respectueuse pour qu’on considère autrement qu’avec amusement et une forme d’affection les singeries de Nénette. Comme un enfant, de draps, elle se fait des cabanes, se camoufle sous la paille, mélange le thé de la bouteille dans le pot de yaourt, observe, sans jugement. C’est l’enfant mais aussi le vieux sage, imperturbable, le seul primate capable de rester plusieurs heures dans la même position. Dans son regard, on croit lire la dépression, le mortel ennui. Cela pourrait verser dans le voyeur mais c’est simplement très intéressant, réellement curieux. Une question de regard « Tout peut devenir intéressant, c’est une question de regard » déclarait Nicolas Philibert en entretien avec Bertrand Braqué et Barbara Levendangeur en 2005, à l’occasion du festival de Nyon, Visions du réel. En tant que documentariste, dans un domaine où la scénarisation est minime, l’importance du regard est une question première dans le travail de l’œuvre, et le film de Nicolas Philibert semble constamment souligner et peser ce système d’observation. La première image du film est un très gros plan silencieux sur le visage de Nénette, ses yeux. Au plus près. Au plus près d’un animal spécifique ; non seulement un primate, genre de cousin de l’espèce humaine, mais encore un orang-outan, un singe dont la partie du corps la plus mobile est sans doute le regard. Un observant, pourrait-on dire. On ne sait si Nénette est parfaitement paisible ou prête à mourir d’ennui mais son impassibilité mutique en fait un écho à l’œil de la caméra. De chaque côté de la vitre, l’intérêt est-il commun ? En tout cas, observateur et observé se confondent régulièrement et on finit par attendre le moment peut-être clé où l’on croisera le regard.
Nénette est muette, dans ses yeux, on peut mettre beaucoup, de la curiosité, de l’étonnement poli, de l’indifférence, voire du mépris. Mais dans la conscience de cet anthropomorphisme, la force et l’évidence de ce nouveau documentaire, c’est le regard posé, la confrontation, la rencontre et le nez-à-nez. Avec Nénette, Nicolas Philibert supporte les regards, ces ouvertures sur l’âme, comme des faisceaux bienveillants pleins d’une essentielle curiosité.
Le Nouvel Obs - 18 avril 2014
Nénette est une belle rousse, fanée par les ans et la maternité. Elle a la quarantaine ventripotente et l’œil d’une petite mémé fatiguée. Dès que le code civil sera modifié (ce qui a priori ne saurait tarder), la femelle orang-outang deviendra un « être vivant et sensible ».
La pensionnaire du Jardin des Plantes est aussi l’héroïne d’un film de Nicolas Philibert, le réalisateur du célèbre Être et avoir.
Le documentaire, sorti en 2009 et coproduit par le Forum des images, s’appelle tout simplement Nénette.
Les éléphants du zoo passés à la casserole
Philibert a filmé Nénette au Jardin des Plantes : la ménagerie, qui a ouvert ses portes en 1794, est l’un des plus vieux zoos au monde encore en activité.
Le parc traversa les XIXe et XXe siècles avec les trémolos de l’Histoire. On raconte même que ses animaux ont alimenté des boucheries pendant les journées sanglantes de la Commune.
Les éléphants Castor et Pollux sont tristement passés à la postérité car ils figurèrent en 1871 au menu de plusieurs tables parisiennes. Mais les singes furent épargnés. Car manger du singe était jugé comme un acte cannibale.
Nénette boit du thé et prend la pilule
Pourquoi faut-il revoir Nénette aujourd’hui ? Parce que Nénette pose des questions qui nous préoccupent tous. Elle est née au bout du monde, dans une île du Sud-est asiatique : l’île de Bornéo.
Depuis une quarantaine d’années, pour éviter à son espèce de disparaître à petits feux, elle vit à la ménagerie. C’est en grande partie la déforestation qui l’a amenée en ville. Les pâtes à tartiner et le pain de mie, surtout : l’huile de palme est récoltée de manière intensive dans les forêts tropicales où vivent les orangs-outangs.
Derrière sa vitre, Nénette vit sa vie. Elle a eu des enfants, des petits-enfants, elle a vu défilé Parisiens et touristes, et a adopté quelques-unes de leurs habitudes. Elle aime par exemple se couvrir d’un foulard ou boire du thé à la bouteille, nettoyer la vitre de sa cage ou manger un yaourt en léchant soigneusement l’opercule. Nénette serait-elle humaine ?
C’est l’un des sujets abordés indirectement par Philibert. Bien qu’elle prenne la pilule tous les jours dans son yaourt aux fruits (selon les propos d’un soigneur), Nénette n’est pas une nana : elle a trop de poils pour ça !
«Tu crois qu’elle nous voit ?»
Le dispositif de Nénette est radical. Philibert filme l’orang-outang en plans fixes, uniquement derrière la vitre de son duplex (sa cage d’hiver) ou derrière les grilles de son jardin (sa cage d’été).
Elle ne parle pas, mais ceux qui la regardent parlent d’elle. On ne les voit pas, on ne voit qu’elle. « C’est ça, une idée de cinéma : un choix formel fort », expliquait le documentariste, il y a quatre ans, au Forum des images.
La mise en scène ne cherche pas à se cacher, bien au contraire. Mais au final, que voit le spectateur ? Il contemple un singe, son (presque) double. Il entend un brouhaha, une porte s’ouvrant et se refermant, et des bribes de dialogues :
– Tu crois qu’elle nous voit ?
– Regarde comme il te ressemble.
Et on entend des rires. Puis on aperçoit le reflet d’un appareil photo, des visages jeunes et vieux et, toujours, le regard de Nénette.
Car Nénette is watching us. Pendant toute la durée du film, elle nous observe sans pouvoir parler. Thomas Sotinel écrivait en 2010 dans sa critique du film parue dans Le Monde :
«On finit par se demander si tous les documentaires ne sont pas les mêmes (…) Ils nous placent dans la situation du visiteur qui s’imagine qu’il comprend l’animal derrière sa vitre».
Time Out,London - February 9, 2011
In Etre et Avoir he captivated us with the daily doings at a one-room school in deepest rural France. In Back to Normandy he made us care deeply about what happened to the cast and crew of a 1970s French film few had ever heard of. Ace documentarist Nicolas Philibert is obviously a man who likes a bit of a challenge, but – honestly – asking us to spend a full 70 minutes watching an elderly orang-utan in a Paris zoo? With Nénette, he’s having a laugh – surely?
‘I know, it’s absurd,’ admits the 60 year old from north-eastern France. ‘I won’t do it again. Promise.’ This he says with a cheery giggle. When we meet at last year’s Edinburgh Film Festival, it’s obvious that this rather jolly, unassuming man doesn’t take himself too seriously – but is, of course, deeply thoughtful about his craft and cinema in general. If that seems like a paradox, then Philibert is full of them. Try this one, for instance… ‘The beauty and importance of a film aren’t linked to the subject. You can make a bad film from a so-called “important” subject, but you can also make a great film from a theme that seems tiny or banal.’ Like an ape sitting in a cage, he means, though Nénette was a project which came together ‘petit à petit,’ he says.
After visiting the primate house in Paris’s Ménagerie du Jardin des Plantes, a venerable institution dating from 1794, he was struck by Nénette, a Rubenesque widow who’s been on display for 38 years. She’d outlived four husbands and, unlike three other orang-utans in the same pen, had grown up in the wild. Intrigued by her distant manner, Philibert came back a few days later with his video camera, shot for a few days more, then edited and filmed some more. What started out as an idea for a 15-minute short grew and grew, in part because Philibert built up the soundtrack first then added the visuals, thus playing the images of Nénette in her cage – lolling, peering directly at us, remote, and tragic – against the constant chatter of sundry unseen spectators, whose comments reveal their own neuroses, often to pointedly comedic effect.
‘As soon as I started I knew I was making a film about cinema,’ maintains Philibert, immediately dispelling any notions one might have that this is ‘just’ a portrait of a fascinating distant relative. ‘Behind the glass, Nénette is a surface on which we project. Behind the transparency, there is opacity, something as mysterious as the Mona Lisa. So she becomes the surface on which we see our own projections, our fantasies, our imagination. Nénette is “the other”, par excellence. Close to us, yet out of reach, and somehow frightening…’ Frightening and more, in fact. Although the prospect of spending 70 minutes in Nénette’s company is daunting at first, Philibert’s film works like he says it does. There’s something about the way she looks back at you which gets you thinking about your life in comparison. Are we all that isolated? Are we all that constricted by those who claim to have our best interests at heart? Is our species doomed too? What does it say about us that we put our closest relatives in the animal kingdom in cages? Or that we let them face extinction in the wild in the first place? What once seemed like a tiny theme balloons out in issues of morality, common humanity, self-knowledge… in essence, it’s whatever you make of it. ‘Of course, it’s a peep show, it’s about the nature of documentary, documentary as a kind of voyeurism,’ adds Philibert, gathering steam. ‘What it’s not is an “animal documentary”. I didn’t include comments from scientific experts on the apes or the environment, because I wanted Nénette to retain her mystery. If a film answers in advance all the questions an audience might have, then the viewers don’t have to participate. They’re just passive. I want to keep the questions open.’ But the structure, the material is shaped in a way that prompts our questions, it’s not just open plan, anything goes, right?
‘Of course, I have a point of view, obviously. But it’s not didactic. When you make a film, you pretend you’re in control of everything. Master of the world. But there’s so much you don’t know about what you’re doing. So much that’s invisible, and you have to admit that.’ So creative control is about surrendering control. Well, we did say he was Monsieur Paradoxe. ‘There’s nothing better, from my point of view,’ he sums it up, ‘than learning something new about the film you’ve made from the responses you get from viewers. It’s just lovely when they appropriate it for themselves.’